««Si hablas tanto, no tendrás vida interior». Nunca lo he olvidado y he procurado corregirme” (25-V-1940)

En febrero de 1940 san Josemaría pidió a los más antiguos del Opus Dei que se responsabilizaran de impartir las clases de formación a los jóvenes universitarios y a los que habían terminado la carrera que acudían a la residencia de Jenner. Desde entonces, Álvaro del Portillo y José María Hernández Garnica, entre otros, se lanzaron a la aventura de dirigir esos medios de formación cristiana, lo que supuso un importante crecimiento del apostolado con jóvenes.
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Francisco Ponz, uno de los que conocieron entonces al Siervo de Dios, le recordaba así: “Alto, aparentemente fornido aunque su salud no fuera buena, de pelo oscuro y ancha frente, de ojos vivos y mirada aguda y chispeante, era de trato simpático y sencillo. […] Al principio de conocerle, por el año 1940, era persona de más bien pocas palabras, de conversación hecha de frases breves y claras, alejado del largo discurso, de la narración prolongada y atrayente; y, sin embargo, se estaba bien junto a él, por lo agudo de su pensamiento, la nobleza de su corazón y la claridad de su palabra llena de afecto recio y hondo”.
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Meses después, tras la Semana Santa de aquel mismo año, san Josemaría encomendó a José María Hernández Garnica ocuparse especialmente del apostolado con los universitarios que iban por Jenner. Así lo vio Francisco Botella, al que sustituía en ese encargo: “Chiqui estaba cada día más lanzado a todo lo que hubiera que hacer, y en sus manos se dio un empujón a la labor de apostolado”.
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Impresiona la capacidad de trabajo de José María. Compatibilizó sus estudios con una honda vida de piedad, una intensa dedicación a difundir la doctrina cristiana con charlas dirigidas a universitarios, y el trabajo en la empresa Electra. Además, realizaba viajes, algunos acompañando a san Josemaría, para poner en marcha la tarea apostólica en varias ciudades de España. Sólo un gran amor a Dios y al cumplimiento de su voluntad explica ese ritmo de trabajo.
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Federico Suárez Verdeguer recuerda sus viajes a Valencia: “Conocí a Chiqui, como le llamábamos familiarmente, en 1940, en el Cubil, el primer centro de la Obra de Valencia. Desde Madrid venían algunos de la Obra para impulsar y atender la incipiente labor apostólica del Opus Dei en la ciudad. Venían, entre otros, Ricardo Fernández Vallespín, Álvaro del Portillo y Pedro Casciaro. La impresión que yo guardaba de esos viajes sobre Chiqui, era la de una persona callada, que estaba en segundo plano: observaba y callaba”.
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Ismael Sánchez Bella, era uno de aquellos jóvenes universitarios que conoció en Valencia y recuerda una anécdota de aquella época: “A D. José María Hernández Garnica le conocí en Valencia el 25 de mayo de 1940, cuando yo llevaba solamente un mes en la Obra. Yo tenía 18 años y era muy hablador. Salí con él para hacer una gestión y, mientras él permanecía callado, yo hablaba por los codos. A los 5 ó 10 minutos, al pasar junto a la Catedral, se paró un momento y me dijo: «Si hablas tanto, no tendrás vida interior». Nunca lo he olvidado y he procurado corregirme”.
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cfr. Roturando los caminos, José Carlos Martín de la Hoz, Ed. Palabra, 2013