Donde hay santos, surgen otros santos
El lunes 18 de noviembre, en un día de lluvia continuada, ha tenido lugar la apertura del Centenario del Siervo de Dios José María Hernández Garnica, en la Facultad de Comunicación Blanquerna, de Barcelona.
Ha moderado el acto Antonio Gil, miembro de la comisión preparatoria del Centenario, que tras dar la bienvenida a los asistentes y agradecer la presencia del Postulador de la causa de canonización, ha dado la palabra al Dr. Francesc Perarnau, rector de Montalegre.
Antes, más y mejor
El Dr. Perarnau ha rememorado el camino recorrido desde que hace cinco años en la iglesia de Santa María de Montalegre se propusieron un objetivo para el Centenario: el traslado de los restos de D. José María a la capilla del Santísimo. Dos años antes de lo que era de esperar, el 11 de noviembre de 2011, pudo llevarse a cabo ese sueño, prueba de la arraigada devoción al Siervo de Dios y de su fama de santidad.
El logo del Centenario
El rector de Montalegre ha explicado que a lo largo de los próximos meses la comisión preparatoria del Centenario impulsará diferentes actos orientados a dar a conocer la vida de D. José María, y difundir así su devoción. Y ha presentado el logo del Centenario que, bajo el lema “Convivir en Europa”, quiere hacerse eco del espíritu evangelizador del Siervo de Dios, que le llevó a difundir la semilla de la vida cristiana, según el carisma específico del Opus Dei, por muchos países de Europa y del resto del mundo. Las estrellas recuerdan la bandera de la Unión Europea, aprobada el 8 de diciembre de 1955 por el Consejo de Europa. Esas estrellas son un recuerdo de la Santísima Virgen y de su protección maternal, que también guió la vida de D. José María y a la que tenía gran devoción. Una de las estrellas del logo se distingue del resto; simboliza la luz del celo sacerdotal de D. José María que dejó un rastro fecundo por los países que recorrió.
Un DVD de actualidad
Seguidamente se ha proyectado una versión reducida del DVD “Por los caminos de Europa”, que recoge un perfil biográfico del Siervo de Dios, con testimonios de su fama de santidad, entre los que destacan las palabras conmovedoras de San Josemaría, durante sus catequesis en Barcelona el año 1972, poco antes de que falleciera.
Álvaro del Portillo y José Mª Hernández Garnica
El momento central del acto ha sido la exposición de D. José Carlos Martín de la Hoz, postulador de la causa, bajo el título “El valor de la fidelidad”, al que ha seguido un coloquio con varias preguntas.
“Donde hay santos surgen santos”. Alrededor de San Josemaría, que fue padre, maestro, modelo y guía de santos, surgieron otras personas que siguieron ese mismo camino de santidad. Entre ellos, Mons. Álvaro del Portillo, que próximamente será beatificado, y el Siervo de Dios José María Hernández Garnica, ambos amigos desde la infancia. El hilo conductor de su intervención ha consistido en glosar su ejemplo de fidelidad, siguiendo el trato que mantuvieron a lo largo de toda su vida.
Se recoge a continuación el texto de su intervención, que también puede descargarse desde este link en Word
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El valor de la fidelidad
Es para mí un motivo de gran alegría estar en Barcelona tan cerca de la iglesia de Montalegre, donde se encuentran los restos mortales del Siervo de Dios José María Hernández Garnica, para celebrar el centenario de su nacimiento. Los hombres que están muy cerca de Dios y han llegado a la meta del cielo, son modelos de fidelidad e intercesores ante Dios para obtener gracias y favores de lo alto. Deseo dar las gracias al Rector de Montalegre por su amable invitación a este acto y, con vuestra benevolencia, pasaré al castellano donde podré expresarme con mayor soltura.
Los santos llaman a otros santos
Es conmovedor comprobar cómo donde hay santos surgen otros santos, pues el bien de suyo es difusivo. San Josemaría Escrivá de Balaguer, el Padre como le llamaban todos, fue padre, maestro, modelo y guía de santos, como le había pedido Dios Nuestro Señor. Las personas que fueron fieles a ese camino, como el Siervo de Dios José María Hernández Garnica, son modelos próximos a nosotros. Eran, pues, como nosotros, tenían la misma gracia y el mismo espíritu que nosotros llamados a la santidad.
Por otra parte, nos estamos preparando para celebrar, dentro de unos meses en Roma, la solemne ceremonia de beatificación del Venerable Siervo de Dios Álvaro del Portillo (1914-1994), Obispo y Prelado del Opus Dei, que será incluido en el catálogo de los santos por el Santo Padre Francisco. Sigamos pidiendo por otro milagro atribuido a su intercesión, pues eso abriría el paso para la canonización y, por tanto, a la extensión del culto público, que en la beatificación quedará restringido a los ámbitos y diócesis que determine la Santa Sede.
Decíamos que donde hay santos surgen otros santos, con el consiguiente entrelazamientos de los ejemplos de vida. Seguramente, D. Álvaro intercederá para que la Causa de D. José María, cuyo centenario estamos celebrando, vaya hacia delante.
Amigos desde la infancia
Álvaro y José María eran amigos desde la infancia, pues eran sencillamente vecinos. Se conocieron en la calle Conde de Aranda de Madrid, donde uno vivía en el número 14 y el otro en el 12 de la misma vía. Allí, en los juegos infantiles y compartiendo el mismo patio del colegio del Pilar, de la calle Castelló, donde estudiaban, creció su amistad y, finalmente, en la preparación de ingreso a la escuela de Ingenieros de Minas, donde ambos se examinaron el mismo día. Los dos aprobaron, pero Álvaro se incorporó a la de Caminos, a la que estaba más inclinado, mientras que Chiqui se quedaría en Minas, pues su familia tenía intereses en las minas de Rodalquilar (Almería).
En julio de 1935, tuvo lugar para ambos un encuentro crucial con Dios. El siete de ese mes Álvaro asistió a un retiro espiritual en el cual, después de la segunda meditación de San Josemaría, en la que quedó, según sus propias palabras, “hecho fosfatina”, decidió entregar la vida a Dios en el Opus Dei.
Desde entonces, su trato con Chiqui, como le llamaban todos, aumentó todavía más. Durante el mes de julio, aprovechando las vacaciones de verano, ambos acudían a diario a la Residencia de la calle Ferraz. Hablaban mucho y, en especial, en el largo trayecto de tranvía de regreso a casa. Así recordaba D. José María que cuando estaban en la Residencia de estudiantes de la calle Ferraz 50 y pasaban por delante de un pequeño grabado clavado en la pared que representaba a Cristo con los Apóstoles en la barca, debajo del cual tenía grabado de puño y letra de San Josemaría el texto evangélico de San Marcos: “Y al pasar junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores” (Mc 1,16), D. Álvaro “Hacía comentarios ad hoc, para que me decidiera a servir a Dios” (Meditación. AGP, JHG, E-0238, 8/3).
Hay que reconocer que el Siervo de Dios José María Hernández Garnica no se resistió mucho a la gracia de Dios, pues tres semanas después, el 28 de julio, pidió la admisión en el Opus Dei, eso sí, después de haber hecho, por indicación de san Josemaría, un triduo al Espíritu Santo.
El ritmo de la fidelidad
El tiempo de la fidelidad comenzó a transcurrir: a veces muy deprisa y a veces muy despacio. Sin hacer cosas raras, José María pudo observar el rápido crecimiento en la vida de entrega de Álvaro. Así lo expresaba años después en un meditación escrita en Pamplona en 1972 para celebrar el santo de D. Álvaro, que era el 19 de febrero: “Fueron sorprendentes los rápidos progresos que hizo Álvaro en esos meses; sobre todo cuando se piensa hoy, son los frutos de los dones del Espíritu Santo, sobre todo, el de piedad y de Amor de Dios. Puedo decir que su carácter es pasar de una idea, de una palabra y llegar hasta las últimas consecuencias. Puede parecer poco importante esta virtud, pero de ella Álvaro será el fruto de ser el hombre bueno y fiel -el hijo- que más y mejor correspondió y comprendió nuestro espíritu y que mayor ayuda presta a nuestro Padre” (José María Hernández Garnica, Meditación, AGP, JHG, E-0238, 8/3).
Una de las cosas que más le llamaba la atención a José María era cómo Álvaro había vencido su timidez tan rápidamente. Quizás porque notaba su lentitud ante el mismo problema. Así, al ver cómo San Josemaría se apoyaba en Álvaro y le encomendaba gestiones y encargos, un día le preguntó abiertamente: si no le daba corte visitar al obispo de Madrid en representación de San Josemaría u otras gestiones con las autoridades religiosas, académicas o civiles. Álvaro, tan tímido como él, le respondió con toda sencillez: “me acuerdo de la pesca milagrosa y procuro hacer lo que hizo San Pedro: «in nomine tuo laxabo rete». Recuerdo lo que me ha dicho el Padre y me acuerdo de esa escena evangélica” (Ibidem).
Este era el secreto de la fidelidad a San Josemaría de estos dos jóvenes ingenieros: todo lo apoyaban en la oración personal y en el trabajo convertido en oración personal.
Es interesante saber que la madre de José María, Doña Adela, viuda desde agosto de 1934, al comprobar cómo su hijo salía muy pronto por la mañana, decidió enviar al portero en su seguimiento. Unos días después, arrepentida de su desconfianza, le comunicó a su hijo el camino por el que había averiguado que Álvaro y él iban a Misa de 7 de la mañana en la vecina iglesia del Cristo de la calle de Ayala. Por ese motivo fueron ambos perseguidos durante la guerra civil y encarcelados, pues ese portero les denunció y fueron encarcelados.
La guerra. Tiempo de abatimiento y fortalecimiento
El 19 de julio de 1936, un año después, ambos estaban aquella mañana a primera hora en la Residencia de la calle Ferraz 16, pues se ultimaba el traslado a un nuevo local, más capaz para albergar la Residencia y la Academia, sin los gritos del patio y la tranquilidad de un edificio exento para aquella labor apostólica con la juventud.
Eran días de calor y de trabajo intenso. El espíritu de la Obra de cuidado de las cosas pequeñas debía materializarse en algo tan concreto como poner clavos, cuadros, cortinas y lámparas. Es aleccionador pensar que Dios, que había dado tantas luces sobrenaturales a San Josemaría para fundar el Opus Dei y a sus hijos para descubrir la vocación y seguirla, no les avisase de que interrumpieran sus trabajos, por inútiles, pues ese día las tropas insurgentes que se habían concentrado en el Cuartel de la Montaña, serían bombardeadas y asaltadas, con los consiguientes daños en los edificios colindantes, como el de enfrente: la Residencia de Estudiantes. Además, en los siguientes días aquella casa se transformaría en una Checa y, finalmente, en los bombardeos de la Ciudad Universitaria quedaría completamente destruida menos un cuadro que había hecho poner San Josemaría en la Biblioteca, que decía: “Que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Io 15,12). Ese cuadro se encontró entre las ruinas en abril de 1939 y se conserva actualmente en la Biblioteca del centro de la calle Diego de León 14 de Madrid.
La meditación y la Misa que les iba a celebrar quedaron interrumpidos por el comienzo del bombardeo: cristales rotos, silbido de las balas, gritos y explosiones. Tuvieron que salir a escape de la residencia, San Josemaría huyó con el mono de arreglos que usaba Chiqui. Atravesaron ente la masa enardecida de milicianos que asaltaban el cuartel y se dispersaron por la ciudad. La guerra civil había comenzado en Madrid y duraría hasta finales de marzo de 1939.
Álvaro y Chiqui salieron huyendo. Álvaro pudo entrar en su casa de Conde de Aranda para esconderse, pero Chiqui no porque el portero vigilaba la entrada. Se fue a la vecina calle de Jorge Juan 5, a casa de sus primos Garnica. Pero unas horas después la casa del Presidente de Banesto, D. Pablo Garnica Echevarría, fue asaltada por los milicianos. Felizmente, Chiqui pudo saltar al patio y encontrar refugio en su casa de la calle de Conde de Aranda aprovechando un despiste del portero.
Allí sólo, con el calor del mes de julio, encerrado y comiendo los restos de la despensa, mientras la familia estaba en Noja (Santander), le llegó el tiempo del profundo abatimiento. Le pesaba la incertidumbre sobre el futuro de la Obra y de la Iglesia en España cruelmente perseguida.
A finales de mes, Chiqui no aguantó más y salió a la calle, necesitaba tener noticias. Providencialmente, se encontró en el portal con Álvaro del Portillo. Ambos se fundieron en un gran abrazo. Álvaro que tenía un año menos que él, pero unas semanas más de vocación, se dio cuenta enseguida del desconcierto que se reflejaba en su rostro.
Con total inconsciencia, sin documentación, se metieron en un bar y se tomaron una cerveza. Álvaro lo serenó y lo centró: lo primero la confianza en Dios. Volver al plan de vida, al amor de Dios. Lo segundo, recuperar la confianza en el Padre: la Obra es de Dios y debía durar hasta el final de los tiempos. Poco a poco, Chiqui se fue recuperando. Unas semanas después, lo llevó a ver a San Josemaría. Nunca olvidaría Chiqui la lección de madurez de D. Álvaro que le salvó la vocación y le fortaleció, así como otras conversaciones que tuvieron en la cárcel de San Antón, donde ambos coincidieron en diciembre y enero siguientes.
Cuando terminó la guerra civil y D. José Maria regresó a Madrid en junio de 1939, pudo, después de ver a San Josemaría y rehacerse espiritualmente, contar también con el apoyo de D. Álvaro, ya entonces convertido en un gran apoyo para San Josemaría.
La salud de D. José María
La guerra había sido dura, y la salud de D. José María había quedado quebrantada. Sus afecciones de riñón se acentuaron. En julio de 1940, mientras vivía y trabajaba con D. Álvaro en la pequeña casa de Martínez Campos que se había instalado para los mayores de la Obra, cayó gravemente enfermo.
Tuvieron que extirparle un riñón. Su madre, que estaba veraneando en Noja, regresó y le acompañó en la operación. Después, pasó una temporada de convalecencia en Madrid, en la casa de su madre en Conde de Aranda. San Josemaría y los mayores de la Obra le visitaban con frecuencia.
Aquí se volcó el corazón del Fundador. Como recordaba D. José Luis Múzquiz: “Muchas veces he visto al Padre, aun teniendo mucho trabajo, pasarse tiempo junto a uno de sus hijos enfermos, dándole visión sobrenatural, contándole cosas para distraerle, a veces haciendo alguna Norma del plan de vida con él”. San Josemaría se preocupa también de que le lleven con frecuencia la Sagrada Comunión, y en ocasiones lo hacía él mismo.
Al operarle para extirparle el riñón izquierdo vieron que estaba atrofiado y adherido al diafragma, cuando lo retiraron, se rasgó el diafragma, a consecuencia de lo cual el postoperatorio se complicó con pioneumonía doble. Hasta seis meses después no cicatrizó completamente la herida. Como el postoperatorio se prolongó, y su madre deseaba que estuviera tranquilo, se produjeron algunos momentos de tensión, entre Chiqui y su madre, cuando ella ponía dificultades a las visitas. Esto era normal teniendo en cuenta el cariño que se tenían madre e hijo, y el fuerte carácter de ambos.
Se recuperó satisfactoriamente y se reintegró a la vida normal. Así lo recordaba D. Francisco Botella: “Chiqui en marcha era como un tanque fidelísimo a los deseos del Padre y a las indicaciones de Álvaro”.
La llamada al sacerdocio
Muy poco tiempo después, San Josemaría les pidió a ambos que se incorporaran a vivir en el nuevo centro de la calle Lagasca. Álvaro como Secretario General del Opus Dei y D. Jose María como director el Centro de Formación que había comenzado en octubre de 1941. Los dos utilizaron el mismo método, explicarle a sus respectivas madres viudas la futura ordenación sacerdotal, pues ambos se habían convertido en el paño de lágrimas y de consejo de sus madres.
Pronto comenzó la intensa preparación para dicha ordenación sacerdotal a la que se unió enseguida el también Siervo de Dios José Luis Múzquiz. La Ordenación tuvo lugar en Madrid el 25 de junio de 1944.
Hagamos un salto ahora y vayamos al 15 de septiembre de 1975. A primera hora de la mañana, D. Álvaro estaba sentado como Secretario General del Opus Dei en el banco de entrada del Oratorio de Santa María actual Iglesia Prelaticia que guarda debajo del altar los restos mortales de San Josemaría, y veía entrar a los Electores, cargados de años y de fidelidad. La Obra había madurado y en aquella jornada se elegiría al primer sucesor del Fundador.
En el otro extremo del Oratorio, junto al altar, estaba sentado D. José Luis Muzquiz y desde ahí siguió la Solemne Misa del Espíritu Santo previa a la elección del Presidente General del Opus Dei, actual Prelado. Mientras, D. José María contemplaba desde el cielo, la ceremonia, pues había fallecido tres años antes aquí en Barcelona.
El comentario de D. José Luis de ese día fue muy significativo: “Álvaro ha celebrado la Misa como nos había enseñado San Josemaría en mayo de 1944”. Efectivamente, en esas fechas los tres primeros sacerdotes del Opus Dei se habían encerrado en la zona de huéspedes de El Escorial y en la habitación llamada del Obispo, que tiene una pequeña capilla, les había predicado los ejercicios previos a la ordenación sacerdotal y les habían enseñado las rúbricas y la piedad a la hora de celebrar la Santa Misa.
Los tres habían sido fieles a la Liturgia de la Iglesia y al amor a la Misa de un santo y de ese modo habían podido llevar y desarrollar el Opus Dei junto al Fundador, por los cinco continentes.
Además, la formación teológica que recibieron de los mejores profesores que pudo encontrar San Josemaría, les posibilitó impulsar el crecimiento de las virtudes, pues no hay piedad sin hondura teológica, y tampoco hubieran podido responder a los problemas que se encontrarían en la predicación y la dirección espiritual.
Encargos pastorales
A partir la ordenación sacerdotal la distribución fue sencilla: D.Álvaro se quedó junto al Fundador, D. José María atendió a las mujeres y D. José Luis a los hombres. Geográficamente: el Sur para D. José Luis y el Norte y Cataluña para D. José María.
Para D. José María la conexión con el Fundador era a través de D. Álvaro. Las cartas ente ambos son significativas al respecto. Así, Chiqui siempre le recordaba a Álvaro que era báculo del Padre. por quien había que rezar y a quien había que seguir. Tenía la seguridad de que estaba cerca del Fundador: “Supongo que con todas las molestias que has tenido esta temporada, y con eso de estar cerca del Padre, etc. Tendrás un poco más de «vara alta», espero que te acuerdes de mí para que sea fiel a la gracia de Dios y sepa tener energías y dulzura para sacarle al Padre, esto de aquí adelante” (carta de José María Hernández Garnica a Álvaro del Portillo, Madrid 18.II.1959, AGP, JHG, A-00917).
Pero también le pedía a Álvaro que se cuidase. Por ejemplo, ante la grave enfermedad que había padecido en los años cincuenta, le decía en una carta: “Te envío una felicitación con todo el cariño en el día de tus cuarenta de este otro cuarentón. Ya sabes cómo te encomendaré, aunque me acuerdo de ti muchas veces, porque hemos recorrido muchas cosas juntos desde el año 35, y por todo lo que has ayudado al Padre en estos últimos años. ¡Me permitirás que te diga que dejes que te cuiden: yo me quedé preocupado cuando estuve en diciembre de no haber tenido «pesquis» para que te cuidasen en serio y después sé que has tenido varios arrechuchos y no creo que todavía nos podamos permitir el lujo de desaparecer del «escenario». Espero que pueda realizarse el plan del Padre y que podrá venir pronto; supongo que podrás venir, así tú descansarás y tendré la alegría doble por estar con el Padre y por darte un abrazo” (carta de José María Hernández Garnica a Álvaro del Portillo, Madrid 7.III.1954. AGP, JHG, A-00713).
D. José María tenía una gran confianza en D. Álvaro y no le importaba abrirle su alma, como hacía con el Fundador. Por ejemplo, en una carta le hablaba de su lucha por vivir el espíritu de la Obra y corregir cuando fuera necesario: “Le pido al Señor que te haga buen instrumento para ayudar al Padre cada día mejor y para que sigas siendo alegre y eficaz. No te olvides de pedir por este compañero de fatigas. Puedo decirte que estoy muy contento y que incluso he de reconocer que mi vida interior tiene un cauce sereno y lleno de paz. Únicamente tengo a veces temor de no saber hacerlo bien, aunque procuro poner todo lo que tengo. El buen humor no me falta y el genio lo tengo esta temporada dominado ¡será la gracia de Dios!”. (Carta de José María Hernández Garnica a Álvaro del Portillo, Colonia 7.VII.1966. AGP, JHG, A-1164).
Las bodas de plata sacerdotales
Fue un motivo de gran gozo el encuentro de esos tres primeros sacerdotes con San Josemaría en 1969, con motivo de las bodas de plata sacerdotales. San Josemaría cuidó hasta el último detalle de aquellas celebraciones. Así lo recordaba D. José Luis Múzquiz: “Al escribirme el Padre, el día 18 de marzo de 1969, felicitándome por el día de San José, me añadía: «Con Álvaro, te tengo en todo momento muy presente, y ya empezamos a pensar en la celebración de vuestras bodas de plata sacerdotales. Desde luego, a Chiqui y a ti, os haré venir a Roma, porque deseo festejar y agradecer a Dios ese aniversario junto a mis tres curicas mayores, sin que me falta ninguno».
Fui a Roma y la noche antes el Padre nos dijo que tendríamos Bendición solemne con el Santísimo. Y añadió dirigiéndose a Paco Vives: «lógicamente la tendréis que dar uno de vosotros tres, pero dala tu Paco, hijo mío, porque con éstos no hay nada que hacer», aludiendo de broma, a lo mal que cantábamos los de la primera promoción”.
Seguidamente D. José Luis relataba multitud de detalles pequeños de afecto de esos días, como localizar el cáliz con el que cada uno había celebrado su primera Misa y hacerlos llevar a Roma para la ocasión, etc. Finalmente, afirmaba: “Asistimos Chiqui y yo a la Misa del Padre, en el Oratorio de la Santísima Trinidad, mientras Álvaro celebraba también la Santa Misa. Al terminar, íbamos a tener la Bendición, después de dar gracias el Padre. Pero nos dijo: «esperad un momento». Llamó a la Administración y pasamos nosotros tres con él. Dijo el Padre que llamaran a todas. Fuimos a un descanso de la escalera y había hermanas nuestras por arriba y por abajo. «¿Están todas?», preguntó el Padre. Llegaron todavía algunas más, y entonces el Padre dijo que quería decirles tres cosas: La primera que tenían que pedir al Señor por los sacerdotes; la segunda que debían dar gracias al Señor por el sacerdocio en la Obra, y añadió: «hace 25 años sólo tenía a estos tres hijos míos y ahora somos varios centenares en todo el mundo»”. Y la tercera que los sacerdotes “«somos instrumentos de unidad». Entonces les dijo que se arrodillaran y les dimos la bendición el Padre y nosotros tres”. (Testimonio de José Luis Múzquiz de Miguel, AGP, JHG, D-1241).
Llega la enfermedad
Pocos años después, en diciembre de 1971, D. José María empezó a encontrarse mal, con grandes dificultades para comer y para hablar. Así lo resumía una carta de D. Álvaro a D. José Luis: “me ha hecho mucha ilusión recibir tu carta, con motivo de mi próxima fiesta de San Álvaro. Te la he agradecido mucho, porque va acompañada de tanta oración y expresa el cariño que, gracias a Dios, nos tenemos todos en la Obra. Supongo que estarás enterado de que Chiqui está mal de salud. Pero me dice el Padre que te lo escriba yo directamente, para que reces. Este verano pasado estaba muy bien: pero después empezó a notar molestias en la lengua, y gran dificultad para hablar y para comer. Cuando vino a Roma, el Padre le mandó ir inmediatamente a Pamplona: ya tenía paralizada la lengua, y no podía hacer pasar los alimentos a la garganta, ni pronunciar sonidos. Hizo después el curso en La Pililla y le volvieron a ver en Pamplona, donde le pusieron un régimen para dos o tres meses, y salió de nuevo hacia Alemania pasando -como le habíamos dicho- por Roma. Aquí, al verle, decidió el Padre que fuera a Alemania para recoger sus cosas, y volver otra vez a Pamplona, donde estaría mejor cuidado. Por fin, ahí, le han hecho un diagnóstico grave: una lesión no sé si cerebral (es pseudo-bulbar), es la que le produce esa parálisis. La enfermedad es progresiva y, por ahora, incurable y molestísima. Puede durar Chiqui, según los médicos, de algunos meses a uno o dos años, pero con peligro de muerte en cualquier momento. Chiqui se da cuenta de todo, pero como está preparadísimo, de momento no se le ha dicho nada, para ver cómo evoluciona la enfermedad. El Padre está, como puedes suponer, enormemente afectado: Chiqui ha sido siempre un instrumento lleno de eficacia, que ha derrochado todas sus fuerzas para servir a la Obra, alegre siempre con los sacrificios que se le pedían. Reza por él, para que el Señor, si es su Voluntad, haga un milagro: y, si no, para que conceda a Chiqui la gracia necesaria para llevar con garbo sus dolores, hasta el fin, en alabanza a Dios y para bien de toda la Obra. ¡Reza! Y acuérdate también un poco de mí, que estoy sano como nunca, para que sea bueno y fiel” (carta de Álvaro del Portillo a José Luis Múzquiz, Roma, 16.II.1972, AGP, JHG, D-1227).
En esos momentos duros de enfermedad, no le faltó a D. José María una carta de D. Álvaro: “Muy querido Chiqui: hoy, día de mi santo, me da especial alegría escribirte, para decirte lo que ya sabes: que estamos todos muy unidos a ti, para que el Señor te ayude para llevar con garbo sobrenatural y humano tu enfermedad. Como es día de mi santo, es buena ocasión para pedir regalos al Cielo: y entre los que yo pido, como regalo para mí, está todo lo que tú quieras, y lo que yo deseo para ti. Procura aumentar tu unión y tu identificación con las intenciones del Padre: la Iglesia, la Obra, todas las almas. Y no dejes de pedir también un poco por mí. Con todo cariño te recuerda siempre -muchas veces al día- y te encomienda y envía un abrazote muy fuerte tu hermano” (carta de Álvaro del Portillo a José María Hernández Garnica, Roma, 19-II-1972, AGP, JHG, C-1319)
Como sabemos, en septiembre de 1972, D. José María se trasladó a Barcelona para recibir sesiones de radioterapia, pues el diagnóstico fue un cáncer de laringe. En Barcelona estuvo muy bien atendido, pero, desgraciadamente, falleció el 7 de diciembre de ese año.
Báculos de San Josemaría
Terminaremos con unas palabras de D. José María que resumen la fidelidad y la grandeza consecuente de la humildad que vivía el Venerable Álvaro del Portillo: “En suma, gracias demos a Dios porque Álvaro ha sido para nuestro Padre un regalo de Dios, un verdadero báculo que le ha servido de apoyo cuando lo ha necesitado, y que Álvaro ha sabido ser báculo y no más, a lo largo de estos años” (Meditación. AGP, JHG, E-0238, 8/3).
Hemos celebrado ya el centenario de D. José Luis Muzquiz, 14 de octubre de 1912, el de D. José María, lo hicimos ayer: 17 de noviembre de 1913 y dentro de unos meses, el 11 de marzo de 1914, celebraremos el de Álvaro del Portillo; han sido unos meses de gracias de Dios y de llamadas al examen personal sobre nuestra fidelidad a la voluntad de Dios, donde radica para cada uno la verdadera felicidad. Como solía insistir el Venerable Álvaro del Portillo: felicidad es fidelidad.
Con estos ejemplos de los que nos han precedido en el camino, tengamos el convencimiento de que también ahora y hasta el final de los tiempos la fidelidad llama a la fidelidad.
Barcelona, 18 de noviembre de 2013
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Coloquio final
¿Hacen falta ahora también santos?
Se le pregunta en primer lugar si hay alguna diferencia entre la generación de D. Álvaro y D. José María Hernández Garnica y la actual del Opus Dei: si santos llaman a otros santos, ¿hacen falta ahora más santos?
D. José Carlos recuerda la respuesta de San Josemaría a la pregunta de un periodista recogida en el n.68 de Conversaciones: ¿Qué ha previsto el Opus Dei para los tiempo de decadencia que acaecen a toda institución?
San Josemaría responde “Pienso que la santidad llama a la santidad.” En cada etapa de la historia Dios hace surgir santos, que revitalizan. Hoy día hay muchas personas santas, haciendo referencia a los recientes fallecimientos de D. Benito Badrinas y D. Tomás Gutiérrez, personas de gran santidad de vida.
La santidad es el Espíritu Santo que va llevándonos con su gracia. Es muy conmovedor ver cómo los santos no nacen, sino que se hacen. El santo es el que va correspondiendo a la gracia de Dios; por eso es maravilloso ver esa conjunción entre gracia de Dios y libertad personal.
Y luego, para los que se desaniman, tengo que decirles que una buena muerte arregla mucho. Es decir, que también los dolores y enfermedades, llevan a la santidad. No nos podemos quedar cortos en la acción de gracias a Dios. Por ejemplo, muchas veces una persona que puede tener defectos, como no vemos el interior, no nos damos cuenta del proceso de santidad que se está llevando a cabo. A veces, detrás de una enfermedad psíquica, hay una llamada de Dios, una cruz muy fuerte; ¡qué santidad de vida está adquiriendo esa persona! Es mucho más fácil llevar un cólico nefrítico que un problema de salud mental, o personas que ya van perdiendo la cabeza.
Una de las personas de las que ahora mismo está a punto de empezar el proceso de canonización es D. Adolfo Rodríguez Vidal, en Chile. Los últimos años de su vida tuvo alzheimer. Es muy impresionante ver una persona que puso en marcha el Opus Dei en Chile, que después trabajó tantísimo allí, que luego fue obispo de la diócesis de Los Ángeles, y acaba con alzheimer. Esa historia de su santidad es muy impresionante.
De D. Adolfo Rodríguez Vidal recuerdo la carta que leí datada en Roma, el 18 de enero de 1950. Para situarla, hay que señalar que unos meses antes, D. Benito Badrinas, era el Director de Barcelona. Entonces sólo había “el Centro” y se iban a dividir entre los jóvenes y los mayores. D. Benito se iba a quedar con los jóvenes, en el primer Centro de jóvenes de Barcelona. Y vino a Madrid porque se ordenaba D. Adolfo e iba a ser su cura, y volverse con él a Barcelona donde comenzaría a trabajar.
Pues al cabo de un año de su ordenación recibe esa carta, con esa letra tan característica de san Josemaría, en un folio; son cuatro líneas:
Para Adolfo Rodríguez Vidal,
Que Jesús te me guarde.
Piensa en la presencia de Dios y respóndeme después de consultarlo a tu Director si te atreverías a ir a empezar el Opus Dei en Chile. En caso afirmativo la salida sería en quince días. Te quiere y te abraza, tu Padre, Mariano.
A los 15 días D. Adolfo se fue a Chile. Y allí estuvo mucho tiempo solo, con el Padre, con toda la Obra, con el Señor. Ahora el Opus Dei en Chile es de los lugares donde más ha crecido la labor: hay universidades, colegios, escuelas agrarias… Es una maravilla. Y es bonito que todo eso sale del atrevimiento para lanzarse, para hacer cosas que nos sobrepasan; hacer la Voluntad de Dios es algo que nos sobrepasa; llevar a cabo una vocación divina es algo que nos sobrepasa. Es la gracia de Dios, para hacer cosas que nos sobrepasan.
En ese sentido sería un poco pobre hacer juicios de cosas externas. Es muy interesante ese aire nuevo que Dios nuestro Señor ha querido subrayar en la Iglesia con la palabra “misericordia”. Toda la predicación del Papa Francisco se puede resumir en esa palabra: “misericordia”. Y es muy interesante ver las cosas con más misericordia, porque nos daremos cuenta de que, al final, lo santo que es uno es lo misericordioso que es con Dios y con los demás.
¿Cómo está el proceso de D. José María?
La segunda pregunta la formula un sobrino de D. José María Hernández Garnica y pide si puede detallar cómo está el proceso en este momento.
D. José Carlos explica que el trabajo humano ya está hecho; ahora sólo queda rezar para pedir milagro. Está hecho el proceso, está entregado, está el decreto de validez, está terminada la Possitio y está perfilándose para entregarla en estos días. La voz del pueblo de Dios, que se expresa en los documentos del proceso, ya está recogida, y es unánime, es clara. Ha vivido las virtudes en grado heroico, y ya la Iglesia lo dirá.
Queda la voz de Dios, que son los favores; gracias a Dios, hay muchos favores que van llegando, hasta que surja lo que técnicamente se llama un “milagro”: tiene unas características muy claras: que no tenga ninguna explicación física, que sea rápido, que no tenga recidivas, que sea definitivo, que se pueda demostrar la intercesión del Siervo de Dios, etc. Una vez estudiado, el caso queda sub iudice hasta que el Papa no firma del decreto del milagro.
Se nota que el milagro de D. Álvaro ya está aprobado, porque ya hay más favores importantes de todos. Se nota que D. Álvaro está allí arriba trabajando con San Josemaría para toda la Iglesia.
Su feeling con la gente joven
En la siguiente intervención se pide al postulador que cuente algo de D. José María pensando en la gente joven.
D. José Carlos recuerda un sucedido con el médico que cuidaba de su atención en Barcelona en 1972. Para hacerle descansar paseaban por el jardín del colegio Viaró, donde vivía. Era la época en que la gente joven estaba dejándose la melena, el pelo largo, los pantalones acampanados,…. Ese médico no estaba muy conforme con esa moda y no la entendía. Viendo a los chicos con el pelo largo, inconformistas,… dijo: “yo a estos les cortaría el pelo al cero”. En ese momento D. José María pidió una tablilla -no podía hablar- y escribió: “con esa falta de libertad, no hubiéramos hecho nada en Europa”. D. José María conectaba maravillosamente bien con la gente joven, porque siempre sabía respetar y meterse en la mentalidad de las personas.
Y recuerda también lo que comentaba la directora de la residencia de Lovaina. Él no sabía holandés. Las chicas que vivían allí le veían pasar, celebraba misa. Ellas le veían, le miraban y decían: “yo quiero confesarme con ese sacerdote, aunque tenga que utilizar otra lengua o hablemos con gestos”. Y era por esa mirada, esa comprensión, esa misericordia, ese amor a la libertad,… Este es un punto donde la gente joven siempre ha conectado y conectará, esos grandes ideales, esas ilusiones.
Una petición final
D. José Carlos ha aprovechado la oportunidad para pedir que rezáramos por la curación de Teresa Granados Temes, sobrina segunda de D. José María, persona joven, con muchos hijos pequeños.
Explica que hace pocos días, yendo por la calle en Madrid, se encontró casualmente con Marta Temes, sobrina de D. José María, acompañada de su sobrina Teresa: “estábamos pensando en Ud., y de repente ‘aparece’” y le comentó que a Teresa le acababan de diagnosticar un tumor muy extendido. Le pidieron una estampa con reliquia de D. José María y quedaron en que pediría a todos los asistentes al acto de inicio del Centenario en Barcelona que rezaran pidiendo por Teresa, para que D. José María hiciera este milagro, ya.